MarÃa Fontenla y MarÃa GarcÃa, dos cesureñas solidarias.
La muerte de su perro empujó a MarÃa a hacerse voluntaria de la protectora de animales de VailagarcÃa. Su madre pronto se vió contagiada por ese virus solidario.
LA FICHA
Nombre: MarÃa Fontenla y MarÃa GarcÃa son madre e hija. Ambas colaboran con la protectora de animales de VilagarcÃa en las mas diversas tareas. «Lo más importante es darle cariño a los animales. Limpiar y darles de comer lo puede hacer cualquiera».
Llegó un dÃa en el que MarÃa, como cualquier otro niño del mundo, comenzó a decir a todo el que quisiera escucharla que querÃa un perro. Tanto insistió que, cuando su padre encontró un can abandonado, bajo un transformador, decidió regalárselo a su hija por Navidad. Aquel pequeño labrador iba a tener una vida feliz: bautizado como Yako, supo disfrutar de su hogar de acogida, se cameló a los abuelos de la casa y durante diez años fue uno más de la familia.
En 2003, Yako ya era un animal enfermo, que sorteaba a base de cariño las penurias del mal que lo aquejaba. Cuando su familia debatÃa si sacrificarlo o no, alguien tomó la decisión por ellos. «Lo envenenaron», recuerda hoy MarÃa. «Paso tres horas sufriendo», narra mientras teje una cinta de Navidad en el rastrillo solidario de la protectora de animales de VilagarcÃa, donde la encontramos. A unos pasos de ella, vendiendo libros, está otra MarÃa, su madre.
Ambas se hicieron voluntarias de esta asociación tras la muerte de su querida mascota. Empezó la hija. «Mi madre me dijo que no querÃa más perros en casa. Entonces me enteré de que habÃa una protectora y me hice voluntaria. Ayudaba a limpiar y jugaba con los animales», recuerda.
Un dÃa, MarÃa se presentó en casa con dos gatas que habÃa encontrado. Los animales solo iban a hacer una parada técnica en el hogar de Pontecesures, pero acabaron conquistando a la familia. Ni siquiera la otra MarÃa de esta historia, la madre, fue capaz de resistirse a sus encantos. «Descubrà que era más de gatos que de perros», explica con una sonrisa.
A partir de aquel momento, los animales volvieron a tener franqueada la entrada en la casa de una familia en la que, cosas de la vida, se fueron sucediendo las bajas. Cuenta la hija que «a los dos años de estar en la protectora decidà adoptar al perro que tengo ahora. Es un cruce de rottweiler y de pittbull que se utilizaba en peleas, imagÃnate el pedazo de bicho que es. Pero se llama Bubby. Y con ese nombre mi madre se imaginó que era un animal pequeño…». El engaño se acabó en cuanto el nuevo inquilino llegó a casa. «La verdad es que yo, al principio, le tenÃa pánico. Y mira, es un santo», completa la narración de la madre.
Aunque las dos gatas y Bubby no hicieron demasiadas buenas migas, en la familia no se asustaron y siguieron abriendo las puertas a otros animales. De hecho, hija y madre asumieron el reto de crear una casa de acogida para gatos abandonados. La gatera está ubicada en un bajo céntrico de Pontecesures.»Es de mi madre. Se quedó vacio y lo hemos ocupado», cuenta MarÃa la hija. En estos momentos 17 mininos vIven en esta casa, que acaba de ser pintada y decorada con todo el cariño. «Si alguien quiere adoptar un gatito, ya saben lo que tienen que hacer», dicen.
Mientras esas adopciones no se produzcan, MarÃa hija y MarÃa madre seguirán alimentando, limpiando y jugando con la gran familia de gatos de la protectora de animales de VilagarcÃa. Esta asociación les facilita los medicamentos y los alimentos que necesitan. El esfuerzo lo ponen ellas. Para cuidar a los animales, para jugar con ellos y para buscar, debajo de las piedras, los fondos precisos para sacarlos adelante.
Columna «De tal palo, tal astilla».
LA VOZ DE GALICIA, 13/12/09
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