No es difícil imaginar el malestar de muchos gallegos si las negociaciones para formar gobierno en la Xunta de Galicia se hubiesen celebrado en un hotel de Madrid, sin la presencia de Touriño y Quintana. La gente tendría razón al pensar que ese aperitivo era la preparación para una autonomía menos autónoma.
Por mucho que sus protagonistas insistiesen en que sólo se trataba de un acuerdo marco, cuyo desarrollo se dejaría en manos de los políticos autóctonos, casi todo el mundo lo vería como una injerencia. La propia idea del autogobierno quedaría en entredicho, al ver como personas ajenas a las instituciones autonómicas precocinaban un pacto en la capital de España que después iba a ser servido en Santiago.