La hostelera Montserrat Otero relata conmocionada cómo tres hombres entraron en su establecimiento el domingo por la noche, la amenazaron con una pistola y le pegaron
Montserrat Otero pasó el domingo por la noche uno de los peores momentos de su vida. Tres hombres entraron en su bar, la encañonaron con una pistola, la amenazaron de muerte, le pegaron y la dejaron maniatada en el suelo de la cocina… para hacerse con un botín de 700 euros. La mujer, de 42 años, está al frente del bar de la playa fluvial de Vilarello (Valga) desde hace casi una década y asegura que temió por su vida. Es el octavo robo que sufre, pero es la primera vez que los ladrones se atreven a entrar con gente dentro. Por ello confiesa que quizás ahora arroja la toalla.
A.MARTÍNEZ – VALGA La hostelera atracada en Valga este fin de semana todavía no se ha repuesto del susto de muerte que le dieron los tres hombres que el domingo por la noche entraron en su establecimiento armados con una pistola y con los rostros cubiertos con pasamontañas. La mujer, de 42 años, cuenta que del domingo para el lunes no pudo pegar ojo, y que la pasada madrugada también fue horrible. «Soñé en voz alta y tiré todo lo que tenía encima de la mesilla de noche», relata, con la voz debilitada por el cansancio y el miedo.
Está tan asustada que ni siquiera le apetece volver al bar que regenta desde hace una década en la playa fluvial de Vilarello, un bonito paraje que en verano se llena de gente procedente de toda Galicia. «Pasé el momento más terrorífico de mi vida. No sé si podré volver a trabajar allí. No volveré a estar tranquila si sé que por las noches me puedo quedar sola en el bar».
Y es que además llueve sobre mojado. Montserrat Otero Santiago cogió en mayo de 2003 la concesión administrativa del bar de la playa fluvial de Vilarello, que es propiedad del Ayuntamiento de Valga, y desde entonces sufrió un total de siete robos. En el último, hace tres años, los ladrones, de nacionalidad rumana, accedieron al interior del local tras realizar un butrón en una de sus paredes. Pero lo que diferencia el asalto del pasado domingo de todos los anteriores es que en esta ocasión la hostelera estaba en el bar cuando pasó todo.
El último cliente se fue poco antes de las 23,30 horas del domingo. Montserrat Otero cerró la puerta, se puso a recoger, metió el dinero de la recaudación en el bolso, dejó las llaves del coche sobre el mostrador, apagó las luces y fue al baño. Fue allí donde escuchó los pasos de varias personas acercándose al local y como forzaban la puerta de entrada. «Al salir y verlos me dirigí hacia ellos, pero cuando vi que uno de ellos llevaba una pistola ya se me cayó el mundo».
La hostelera afirma que los hombres se mostraron violentos desde el primer momento, pues la agredieron y le tiraron del pelo mientras le pedían el dinero a gritos. Asustada, ella se tiró al suelo «y les pedí por favor que me dejasen, que tenían el dinero encima del mostrador». Los atracadores, sin embargo, la redujeron atándole las manos por detrás de la espalda con cinta aislante, y la tiraron en el suelo. Aún entonces le pegaron más veces, y le apuntaron con la pistola a la cabeza. «En ese momento ya no fui capaz de hablar, y solo podía hacerles gestos hacia donde estaba el bolso». Para Montserrat Otero pasó una eternidad hasta que uno de los agresores se dio cuenta de la presencia del bolso sobre la barra. «Pero aún después de encontrar el dinero me preguntaban por más».
Ella estaba aterrada, y llegó a temerse lo peor. «Me decían constantemente que si no les daba más dinero me pegaban dos tiros. Pensé de verdad que me iban a matar. Incluso les dije que tenía dos niños pequeños, y no tengo hijos. No sabía lo que decía por el miedo». Pero no había más dinero, y finalmente los ladrones se fueron con un botín de 700 euros, fruto de la recaudación de todo el día y de la venta de lotería de Navidad. A la mujer la dejaron atada en la cocina, con la puerta cerrada, y cuando por fin se vio sola empezó a desatarse. Le llevó media hora, y cuando al fin lo consiguió llamó por teléfono a un hermano suyo, que vive a menos de medio kilómetro de distancia.
«Menos mal que me dejaron el teléfono. Cuando me estaban atando uno de ellos dijo que me lo quitaran, pero después debió de olvidárseles», explica. Su hermano llegó enseguida, pero para entonces ya no había ni rastro de los atracadores. La hostelera estaba todavía conmocionada por lo sucedido, hasta el extremo de que ni siquiera era capaz de levantarse del suelo. «Ahora tengo los dedos deshechos de tanto tirar de la cinta y me duelen los brazos. Por lo demás físicamente estoy bien, pero el susto fue tremendo». Montserrat Otero tuvo el bar cerrado todo el lunes, y solo lo abrió un rato ayer martes por la tarde para entregar unos décimos de lotería que le había encargado un cliente. La investigación la lleva la Guardia Civil. Por ahora no hay detenidos.
FARO DE VIGO, 19/12/12