A Ponte do Peregrino abre todos los días de 8 a 13.30 horas, excepto los martes, día en el que cierran por descanso del personal. Al frente de este negocio de Padrón reconvertido en un paraíso del brunch están Noelia (en la foto, a la izquierda) y Zaira (a la derecha), dos amigas que decidieron en el 2022 emprender juntas en un espacio al pie del Camino portugués que antes era un viejo almacén.
Las dos amigas emprendedoras que abrieron en A Ponte un área de descanso para peregrinos, se reinventan para encarar su primer invierno de actividad con una apetitosa propuesta
Tortitas, gofres, cruasanes, tostadas francesas, once tipos de tostadas, bagels, bowls, chocolates, cafés… Zaira Lois y Noelia González amanecen rodeadas de un festín que alegra cualquier mañana gris. Estas dos amigas de la infancia han elevado el nivel de los desayunos en una pequeña aldea de poco más de un centenar de habitantes, A Ponte, en la parroquia padronesa de Iria Flavia
De hecho, ya no solo van vecinos del entorno hasta allí a darse un homenaje de buena mañana, también tienen clientes de Santiago y otros concellos próximos. «Esta aceptación nos lleva cada día a querer formarnos más y ampliar nuestra carta de desayunos», explican las treintañeras. Las dos emprendedoras padronesas aseguran que «amamos nuestro trabajo y estamos dispuestas a mejorar día a día». Y, para muestra, su último invento: la jaula de brunch.
Se trata de un servicio especial que ofrecen bajo reserva previa en torno a una vistosa jaula dorada en la que no faltan propuestas dulces y saladas. Incluye, para abrir boca, un bowl de yogur con frutos secos, un bollito salado, cruasán de mantequilla, macaron, fruta variada y un gofre o tortitas a elegir —con o sin chocolate—. Para beber, zumo de naranja acompañado de un café, colacao o infusión. Y, para rematar, un plato salado: bagel de semillas de amapola con tomate, queso brie, jamón serrano y rúcula; o bien tostada de aguacate, tomate y huevo. ¿El precio? 25 euros por persona. «Con todo esto conseguimos seguir trabajando mucho y no tener que cerrar en la temporada baja como el año pasado, al trabajar solo con peregrinos. Estamos muy contentas y seguimos esforzándonos para ofrecer lo mejor», añaden Zaira y Noelia.
Ángel Doce fue marino; luego, de vuelta en tierra, puso en marcha un negocio de elaboración y venta de esos dulces bocados que ahora siguen preparando sus nietos en negocios como la Churrería Sandra
Recostada junto al Ulla, Pontecesures es tierra de lamprea… Y de churros. El dulce se ha convertido en insignia de esta localidad gracias a Ángel Doce, un marino que, en los años treinta del siglo pasado, decidió un día quedarse en tierra y ganarse la vida haciendo y vendiendo churros. De su tiempo en el mar le quedó un apodo, Capitán Pirata, un nombre por el que lo siguen recordando aún algunos de sus viejos clientes. Nos lo cuenta Lauro Jamardo, uno de ellos, que regenta junto a su mujer, Sandra, una churrería que lleva el nombre de ella. «Moitas veces, sobre todo cando vamos a zonas do interior, aínda hai vellos que recordan ao meu avó». Lo reconocen en las fotos en blanco y negro que decoran la moderna churrería móvil de Lauro, que se ha convertido en una suerte de homenaje sobre ruedas a la tradición de su familia.
Y es que Ángel Doce, el hombre que se subía a la bicicleta para repartir sus churros, o que se colgaba una bandeja al cuello para poder llegar hasta el último cliente, fue el primero de una auténtica saga de churreros y churreras que hacen honor al buen nombre heredado, tanto en Pontecesures como en cualquier lugar del territorio gallego. «Ademáis, houbo moita xente que traballou coa familia, aprendeu, e logo acabou montándose pola súa conta», cuenta Lauro.
Él tuvo una vida paralela a la de su abuelo: pasó algunos años embarcado, pero cuando nació su primer hijo decidió que eso de cruzar los océanos se había acabado. Su camino en tierra lo tenía claro: había crecido rodeado por el mundo de los churros y las ferias, conocía todos los secretos del oficio y lo más importante, le gustaba. Así que, junto a su mujer, puso en marcha la Churrería Sandra, que desde hace unos treinta años recorre ferias, está presente en eventos de todo tipo y no duda en poner sabor a todas esas celebraciones familiares que aspiran a crear recuerdos. Y es que algo tiene el sabor del churro que logra devolver a quien lo toma a su infancia. «Dínolo moita xente cando proba os churros con chocolate; porque o chocolate tamén o facemos coma se facía antes, ao baño María. Para nós, que nos digan iso é un orgullo moi grande», dice Lauro.
Hay quien afirma que la dificultad de un plato es directamente proporcional a la simpleza de la receta. Y debe de ser cierto. Porque aunque en la Churrería Sandra consideren que elaborar este producto «é a cousa máis sinxela que hai», lo cierto es que es preciso que tener mucha mano para conseguir un buen producto final: crujiente y esponjoso y dulce, con ese toque de azúcar que lo envuelve. La lista de ingredientes para conseguir esa maravilla es corta: agua hirviendo, harina y sal. «Que pasa? Que para que saia ben hai que usar un bo produto», explica Lauro. Considera fundamental utilizar un agua de gran calidad, porque «o churro, coma o pan, collen moito o sabor da auga». Además de escoger bien el líquido, es necesario acertar con el tiempo de amasado. «É moi importante. Non podes nin pasarte, nin quedar corto», explica Lauro. Con la masa lista, llega otro momento crucial: la fritura. Debe realizarse esta con aceite de girasol, «o de oliva non vale para o tipo de churros que se fan aquí». En la Churrería Sandra utilizan «un bo aceite de xirasol alto oleico», que debe estar a la temperatura justa antes de comenzar a freír. «Sandra e máis eu levamos tanto tempo nesto que xa non precisamos nin medila», señala.
En esta churrería, cada cucurucho de dulces se sirve con una sonrisa. Tienen una gran variedad de productos a disposición de sus clientes: churros de chocolate, rellenos de crema pastelera, crocantis, churros de chocolate blanco… En ocasiones sacan partido a la ductilidad de la masa y en San Valentín, por ejemplo, hacen dulces con forma de corazón. Hablando de parejas perfectas: no hay nada que acompañe a los churros mejor que el chocolate a la taza, y en la churrería Sandra lo saben. Por eso elaboran esa bebida caliente y suculenta con esmero, a la vieja usanza, huyendo de fórmulas que acortan tiempos y roban magia. «Hai chocolatadas que nos leva tres horas preparar», dicen desde detrás del mostrador, donde consideran que ese es un tiempo bien invertido. Bombones, rosquillas y otros dulces tradicionales completan la oferta de este negocio. Pero no se dejen engañar, porque además de guardianes de los sabores de nuestra infancia, Lauro y Sandra son también dos personas sin miedo a innovar, a experimentar, a abrir nuevos caminos. Lo hicieron hace unos años, cuando intentaron introducir la porra en su lista de productos a la venta. No funcionó: ese producto, hermano mayor de los churros, no tiene demasiado predicamento en Galicia. Lo que sí ha tenido éxito entre el público han sido los «bocachurros», unos bocaditos rellenos que elaboran por encargo.
Con esa cartera de productos, no es de extrañar que a la Churrería Sandra la llamen hasta de Valencia, para dar sabor a las Fallas. «Non podemos ir, co difícil que está atopar xente para traballar… Non podemos atender a todo», dice Lauro.
La delicadeza de los bocachurros
El bocachurro fue un invento de Sandra. Se trata de «un bocado de churro salado hecho con masa de churro y relleno de crema de diferentes sabores, de mermelada de pimientos de Padrón, de pimientos del piquillo…». También los hay con rellenos dulces, desde la típica crema pastelera, al dulce de leche, al chocolate… Se elaboran por encargo para fiestas y celebraciones.
Pepe Domingo Castaño, fallecido este domingo en Madrid a los 80 años, ha sido una de las voces radiofónicas más conocidas en España. La causa de su muerte ha sido explicada por sus compañeros de la Cope, que dedica su programación al gran periodista fallecido. Pepe Domingo sufrió un infarto hace diez años y tuvo que acudir a urgencias después de sentir molestias en el pecho cuando se encontraba cenando en un restaurante madrileño.
Pero la causa de su muerte no ha tenido que ver con su corazón. Fue ingresado tras sentir molestias en la garganta pero todo se complicó con una infección intestinal que derivó en una septicemia. Después, un fallo multiorgánico se lo llevaba a las dos de la madrugada, rodeado de su mujer y sus seres queridos en el hospital de La Zarzuela.PUBLICIDAD
Pepe Domingo nació en Drono-Lestrone (A Coruña) el 8 de octubre de 1942, aunque se trasladó a Padrón siendo niño y allí vivió su infancia y parte de su juventud.Te recomendamos
Fue novicio dominico en un seminario asturiano y cursó estudios de Magisterio.
Su primer trabajo fue como contable. Después, a través de un anuncio de prensa, entró a trabajar en Radio Galicia, en Santiago de Compostela, en la que permaneció dos años, hasta que en 1966 se trasladó a Madrid.
Sus primeros años en la capital fueron duros, pasando por problemas económicos hasta encontrar el trabajo deseado en cualquier emisora madrileña.
Trabajó vendiendo libros y grabando versiones en audio para la ONCE. Colaboró durante un tiempo en Radio Juventud y La Voz de Madrid, pero tuvo su gran oportunidad en Radio Centro, donde permaneció cinco años y donde se formó como profesional presentando un programa musical titulado «Disco parada».
En 1973 fue llamado por la Cadena SER, emisora en la que presentó «Viva la radio», «Sintonía sobre ruedas» y durante cinco años «El Gran Musical», junto a Joaquín Luqui, programa con el que alcanzó gran popularidad y recibió en 1975 su primer Ondas.
Ha trabajado también en televisión. Comenzó en espacios en TVE como «Biblioteca joven», «A todo ritmo», «Voces a 45», «La casa del reloj» y más tarde fue contratado como presentador de «300 millones», donde fue cesado en 1982 y presentó una querella contra Televisión Española, que ganó en los tribunales.
Pepe Domingo volvió de nuevo a la SER, donde realizó diversos magazines, entre ellos «Madrid, ahora mismo», al que le siguió «Aquí, la SER», y en los noventa dirigió y presentó el programa local «Hoy por hoy Madrid».
Desde 1988 colaboró en «Carrusel Deportivo», presentado desde 1992 por Paco González, en el que se encargó de realizar las cuñas publicitarias en directo, y hasta comienzos de 2006 en el programa deportivo nocturno «El larguero», de José Ramón de la Morena.
Castaño se convirtió en uno de los animadores con más arranque de la radio española.
En septiembre de 1995, y tras trece años alejado de la televisión, volvió como presentador del concurso «Número Uno», en Telecinco.
Después de que en 2010 la SER apartara a Paco González de la dirección del espacio «Carrusel Deportivo», que acabó con la salida del periodista a la cadena COPE, Pepe Domingo Castaño le siguió a mediados de julio tras el Mundial de Fútbol y desde entonces realizó las funciones de presentador-animador del espacio de fin de semana «Tiempo de juego».
Grabó algunos discos que obtuvieron xito en países hispanoamericanos, llegando a conseguir en México un disco de oro en 1979, donde tuvieron gran aceptación sus temas «Motivos», «Neniña» y «Terciopelo y fuego», aunque en España pasaron inadvertidos, a excepción del tema «Viste pantalón vaquero».
En 2009 colaboró en la serie documental «En el Camino de Santiago», de National Geographic.
También ha publicado varios libros, el de poesía «Andadura» (1978) y «Carrusel, diario de un año» (2006).
Logró el Premio de la Popularidad del diario «Pueblo» (1971); cuatro premios Ondas (1975, el Especial 1996 por «Carrusel Deportivo», 2002 y 2005); la Antena de Oro de 1989 en su apartado de locución y otra en 2010 por su trayectoria; «El Micrófono de Oro» de la Federación de Asociaciones de Radio y Televisión de España (2005), Premio Diego Bernal 2011 de la Asociación de Periodistas de Galicia.
También el Premio de las Artes y las Ciencias Aplicadas al Deporte de los Premios Nacionales del Deporte de 2011; el I Premio Joaquín Prat de Radio, que le concedió la Academia Española de la Radio en 2014; los ¡Bravo! de Radio 2016 y de 2018 de la Conferencia Episcopal; Premio de la Gala 2019 de la Asociación de la Prensa Deportiva de Madrid; o el Premio Nacional de Periodismo Deportivo Manuel Alcántara 2019.
Otros reconocimientos que recibió fueron el Premio Guaca y Puro de Oro de Venezuela, «Silvestre del Año» de la popular carrera San Silvestre madrileña, «Matancero de honor» de Guijuelo, «La Vieira de Plata», «Caballero del capítulo de la Orden Serenísima del Albariño» de Cambados (Pontevedra); Orden de Honra «Tenedor de Oro», Premio Canción Motivo, Premio de la Cámara de Comercio y Premio Inocente del jurado como personaje conocido más solidario.
Era «hijo adoptivo» de Padrón y en 2015 recibió la Medalla Castelao, que le otorgó la Xunta de Galicia.
Estaba casado en segundas nupcias con la ex modelo María Teresa Vega, con la que tuvo dos hijos. Anteriormente fue marido de la presentadora de televisión María Luisa Seco, fallecida en 1988 a causa de un cáncer de huesos.
Durante los años de infancia en Santiago, mi cuento favorito era «Xoán Po’reás». Una leyenda que mi madre había escuchado por primera vez en los labios de Dina. Esta chica de Sorribas cuidaba de los pequeños en la casa de los abuelos de Padrón. Cuando llovía a las orillas del Sar, un tropel de chiquillos se arremolinaba en su escalera interior para oírle contar aquel relato inmemorial.
También mi padre cayó embrujado por la historia, que le había narrado mi madre cuando todavía eran novios. Publicada inicialmente por «Borobó» en castellano en 1954 y reeditada en gallego en 1992, la leyenda fantástica del burlador de diablos fue llevada a escena nueve años. Ocurrió que una pedagoga con inquietudes de Pontecesures quiso que sus pequeños alumnos representasen una obra teatral del escritor y periodista Raimundo García Domínguez, hijo predilecto de la villa.
Como mi padre había fallecido el 28 de agosto de 2003 y su dramaturgia estaba dirigida a un público adulto, le propuse a la filóloga y maestra Iolanda Rodríguez Aldrei, adaptar su cuento «Xoán Po’reás» para loas tablas y así lo hizo. Finalmente, la representación se celebró en elo Centro Sociocultural cesureño hacia el verano de 2014. Actores tan noveles como precoces reprodujeron con talento en dieciséis escenas los sabrosos diálogos del zapatero remendón con los demonios que deseaban conducirlo al Averno. El mostrador, la higuera del Pico Sacro, el cielo, el infierno y el purgatorio decoraron esta primicia teatral de una historia milenaria.
Tirando de sentido el humor, «Borobó» había situado la patria chica de «Xoán Po’reás» en San Xián de Requeixo (la parroquia cesureña donde él mismo vio la luz y escribió esta pieza literaria). Su trama evocaba a «Federico», una obra de Próspero Merimée basada en un cuento napolitano de finales de la Edad Media, «extraña mezcla de la mitología griega con las creencias del cristianismo», según aclaraba en la primera edición del cuento.
Como en otras suposiciones, mi padre no iba descaminado. Al leer los detalles del mito de Sisifo, he descubierto los orígenes ancestrales de «Xoán Po’reás» en esta leyenda helena. Casi todos sabemos que el astuto rey fundador del Corinto fue condenado por Zeus a subir eternamente una piedra pesada ladera arriba de una montaña, que luego caería desde la cima hasta el valle en bucle continuo. Sin embaro, resulta menos conocido que la causa de castigo tan terrible fue que el rey de los dioses acabó hartó de Sísifo, quien engaño con sucesivas artimañas a Tánatos, Ares y Hades para no ser conducido al inframundo.
Pues bien, el zapatero prodigioso de Requeixo hizo algo parecido con los diablos Marelo, Perello y Mefistófeles, a los que supo embaucar con sus trucos satisfactoriamente. Pues Satán nunca pudo arrastrarle a sus dominios infernales, mientras Zeus sí los consiguió con Sísifo. Transcurridos veinte años desde el fallecimiento de «Borobó», una vez contrastado el paralelismo de su personaje pontevedrés con el monarca griego, sigo prefiriendo el desenlace feliz que le otorgó al artesano cesureño.
Papá Noel y Reyes unen fuerzas para contentar a todos los niños
Escribía el recordado Carlos Ruiz Zafón que “ciertas imágenes de la infancia se quedan grabadas en el álbum de la mente como fotografías, como escenarios a los que, no importa el tiempo que pase, uno siempre vuelve y recuerda” por eso insistía en que “una de las trampas de la infancia es que no hace falta comprender algo para sentirlo. Para cuando la razón es capaz de entender lo sucedido, las heridas en el corazón ya son demasiado profundas”.
Hay determinadas formas que pueden ayudarnos a que los más pequeños mantengan ciertas imágenes grabadas en el recuerdo sin que se le provoquen heridas demasiadas profundas. La solidaridad es una de ellas. Y de eso saben mucho en la Fundación Amigos de Galicia, sobre todo cuando se trata de ayudar a los niños más desfavorecidos. Ya lo llevan grabado, con letras de molde, en sus estatutos fundacionales, “a nosa misión é a atención ás persoas en situación ou risco de exclusión social, promovendo a súa inserción” y, por lo tanto, “traballamos para lograr unha sociedade máis xusta, culta e solidaria, especialmente na Comunidade Autónoma de Galicia”.
Todo eso lo cumplen a rajatabla, pero hay momentos especialmente emotivos. Este viernes, como viene ocurriendo en los últimos años, incluso en lo más duro de la pandemia, una representación de la fundación se desplazó a Santiago para atender una cita ineludible: convertirse en pajes de Papá Noel y los Reyes Magos, citados cronológicamente por orden de aparición en el calendario, repartiendo juguetes y libros a los niños de la comarca cuyas familias sufren los golpes de esta maldita crisis.
Fue como siempre en las instalaciones del restaurante Chef Rivera, ya que José Antonio Rivera es una especie de padrino, de cuarto rey mago en la villa del Sar. Allí estuvieron el presidente de la FAG, el doctor Ramiro Varela Cives, y el director general, Jesús Busto, junto a Manuel Bascoy, presidente de Cáritas en Padrón.
Los cuatro se encargaron de hacer entrega de los regalos a las madres o abuelas de los 34 niños y niñas que, un año más, volverán a sonreír y, como decía Ruiz Zafón, grabar para siempre en el álbum de la mente las imágenes de un día muy especial para ellos: aquel en el que a pesar de no poder conocer ni a Papá Noel ni a los Magos de Oriente si pudieron conversar con sus representantes en Galicia, que en esta ocasión fueron Ramiro Varela, Jesús Busto, Manuel Bascoy y el infatigable José Antonio Rivera.
El periodista narra en el libro Hasta que se me acaben las palabras, que este miércoles firma en A Coruña, su infancia en Galicia, sus inicios en la radio en Santiago y su trayectoria en Madrid
Julio Iglesias, Pucho Boedo o Joaquín Prat, son solo algunos de los muchos personajes famosos con los que Pepe Domingo Castaño (Lestrobe, 1942) ha compartido camino. Un camino llenó de éxitos, pero también de sacrificio. Ese trayecto, el que el gallego recorrió desde su infancia en Padrón, sus inicios en la radio en Santiago, hasta su llegada a Madrid, en donde se consolidó como uno de los mejores profesionales del medio, lo narra en su libro Hasta que se me acaben las palabras, que este miércoles por la tarde firma en A Coruña. Una lectura que refleja su evolución personal y laboral, pero que en la que queda claro que, pese a todo, sigue siendo el mismo chico que un día se marchó a la capital a probar suerte con una maleta, como dice «de mierda, pero llena de sueños».
—¿Qué pregunta le hacen siempre y está ya cansado de responder?
—Que si prefiero la radio, la tele o la música. Ja, ja, ja.
—El título del libro, Hasta que se me acaben las palabras, deja claro que le queda cuerda para rato, pero ¿qué le ha quedado sin contar?
—Siempre quedan cosas, ¿por qué no cuento esas cosas que han quedado? Uno, porque la gente de la que hablo, que a lo mejor no hablo muy bien, no puede defenderse porque está muerta. En otro caso porque me pareció que no interesa a nadie y tampoco me interesa a mí. Y en tercer lugar, porque no me apetecía hablar de las cosas que he silenciado. Está lo que yo quiero que esté y lo otro lo he apartado porque tampoco cabe todo.
—Galicia le inspiró para escribir poesía, ¿este libro qué lo inspiró?
—Sí, yo escribí un libro de poesía que se llama Debajo de la parra, literalmente lo escribí debajo de la parra de la casa que tiene mi mujer en Mera, en Oleiros. Ahí, en Mera, nació la idea de escribir este libro en un momento en el que estaba atravesando una mini crisis, hace quince años o así, una de esas que tienes cuando vas cumpliendo años. En esos momentos yo me refugio siempre en la poesía o en la escritura. En vez de poesía, como ya había hecho un libro, dije ¿por qué no cuento y me saco de dentro toda mi infancia y juventud, y lo dejo escrito por si algún día mis hijos quieren publicarlo? Porque yo no pensaba publicarlo, decía que era muy malo. Escribí la primera parte hace 15 años, que termina cuando llego a Madrid.
—¿Qué le hizo cambiar de opinión?
—En una entrevista que hice, un señor que conozco de A Coruña, Juan Luis Miravet, oyó en la radio que yo estaba hablando de una especie de memorias que tenía, pero que eran muy malas y que no se iban a publicar porque no las iba a querer nadie. Entonces me llamó y me dijo: ‘Oye, eso no tienes que decirlo tú. Tiene que decirlo alguien que lo lea. Si me das la oportunidad y me lo envías, yo lo leo y te cuento la verdad’. Yo estaba muy reacio, pero se lo mandé, me convenció, y a los tres días me llamó emocionado y me dijo: ‘Esto es una joya’. Me dijo que quería publicarlo, que tenía amistades con editoriales, pero con la condición de que tenía que escribir la segunda parte. Que no podía acabar el libro en Madrid y perderse toda la parte de mi carrera profesional allí. Le dije que no sabía si iba a poder, que la primera parte la escribí muy fácil porque lo tenía dentro, pero que de lo otro, a lo mejor me había olvidado y que no tenía inspiración. Y me dijo, ‘pues ponte, por favor, en el ordenador y hazlo’. Me puse, me costó mucho, mucho, mucho, pero al final, poquito a poco lo escribí, capítulo a capítulo, y son 565 páginas.
—El prólogo es de Julio Iglesias, están muy unidos, pero ¿por qué pensó en él?
—Tuve varias ideas, primero pensé en Paco González, pero todo el mundo esperaría que lo hiciese Paco, entonces quería hacer algo inesperado. Pensé en Iñaki Gabilondo, que era otro de mis favoritos, y me dijo que sí, y le dije que lo llamaría, pero un día me llamó Julio, porque hablamos de vez en cuando. Él había oído que estaba escribiendo un libro y me preguntó si hablaba de él. Le dije que sí, que tenÍa un capítulo dedicado a él, y me dijo que tenía que enviárselo. Rápidamente lo leyó, y me dijo que quería hacer algo por el libro, le dije que quería que el día que lo presentase estuviese, y me prometió que estaría, y que además escribiría el prólogo. Y cumplió.
—¿Por qué le costó tanto escribir la segunda parte?
—Porque tenía que espigar entre bastantes recuerdos, entonces me preguntaba cuál valía la pena, qué podría interesar a la gente, apunté varios temas de los que me acordaba y fui eligiendo. Yo noto una diferencia muy grande de estilo literario entre la primera parte, que la hice a una velocidad de vértigo porque me salía a borbotones toda mi vida. Mi mente iba más rápido que las manos, porque la escribí a mano. Entonces se nota en el estilo, porque yo escribo mejor a mano que a ordenador. La segunda me costó bastante, se me mezclaban a veces los recuerdos, luego escribía algo y decía, ‘pero me he metido con este tío, no debería’. Pero luego pensaba, ‘claro que sí, voy a contar la verdad. Si no cuento la verdad mejor no escribo’.
—Julio confesó que los dos se fueron sin pagar una mariscada.
—Es una coña eso. Lo dijo en un programa, me dijo: ‘Pepe, te acuerdas que nos fuimos sin pagar de Casa Simón’. Yo recuerdo que estábamos allí con Pepe Simón, que ya falleció, y le pregunté a Julio, ‘quién paga esto’, y me dijo ‘esto lo paga mi secretaria, no te preocupes’, y nos fuimos. Yo creo que invitó Pepe Simón, yo no pagué desde luego, eso es verdad, pero alguien pagó.
—¿Cuál es su anécdota más destacada con él?
—Hay una buenísima, que la cuento en el libro. Julio nos invitó a mi mujer y a mí a estar en su casa en Miami diez días. Estuvimos en su casa y fuimos a un concierto en el Miami Arena, donde juegan los Miami Heat, que él era socio del equipo de baloncesto, y luego nos trajo en su avión para aquí. A la ida fuimos en vuelo regular, y a la vuelta vinimos con él en el pájaro loco, como lo llama Julio, y fuimos de Miami a Ibiza. Al día siguiente nos levantamos y llovía a cántaros, y a Julio no le gusta la lluvia, y me dijo ‘Tito’, como me llama él, ‘tenemos que hacer algo. Yo no puedo estar en un sitio que en el que esté lloviendo. Vamos al sol’. Y le digo, pero a qué parte, y dice: ‘¿Por qué no vamos a Galicia? ¿Hará buen tiempo? Porque si hace malo aquí debe estar bien en el norte’. Entonces dijo que quería ir a Vigo porque A Coruña ya había ido muchas veces. Llamé a Vigo y me dijeron que hacía un día soleado con una temperatura fantástica. Y me dice Julio que dónde podíamos comer y se me ocurrió Casa Simón, en Cangas do Morrazo. Entonces, Julio me dijo: ‘Dios mío, me has abierto el mundo porque yo veraneé durante 15 años en Cangas. Para mí va a ser una maravilla ir’. Salimos de Ibiza a Vigo, Mercedes esperándonos, y fuimos a comer a Simón, como dice él sin pagar, y volvimos a Ibiza. Fuimos a buscar el sol.
—En el libro habla de su familia y de una infancia feliz, ¿cual es la primera imagen que se le viene a la mente al pensar en esos años?
—La radio, la calle, los juegos, ventanas abiertas, el sol… Sobre todo del otoño, a mí me gusta el otoño, cuando el sol cae un poquito y los árboles del espolón se reflejaban en la calle en donde jugábamos al pañuelo, a la chena, al marro, a una cantidad de cosas, y de fondo siempre estaba la radio. Soy minero, El emigrante, Antonio Molina, Juanito Valderrama, las novelas, que seguía mi madre… todo lo que sonaba entonces. El sonido de mi infancia son la radio y los juegos, y una palabra, felicidad, en mayúsculas.
—¿Cuándo se dio cuenta de que la radio era su vocación?
—En el colegio de frailes el padre Aguirre, que era muy simpático, tuvo la idea de montar una emisora y pidió voluntarios. Me ofrecí, pero dijo que nos tenían que hacer una prueba. La hice y me dijeron que tenía buena voz y desparpajo, y eso es lo que vale. Empecé a hacer programas, hacíamos obras de teatro, escribíamos textos, hacíamos descripción de paisajes, si íbamos de viaje lo contábamos, teníamos una programación de una hora o dos diarias y el padre me dijo: ‘Tú valdrías para esto. No te olvides. Ahora, si sigues siendo fraile no vas a poder hacer nada. Pero si un día te vas, que sepas que vales’. Entonces, dejé de ser fraile y empecé a darle vueltas a la idea, pero estaba en Padrón, ahí no había emisora ni nada, la más cercana era Santiago. Y yo decía, ¿cómo voy a trabajar en Santiago de Compostela, si yo no soy nadie? Hasta que se presentó una oportunidad y la cogí.
—Dice que fue a Madrid por una decisión tomada con el corazón.
—Sí, me fui con una maleta de mierda, pero llena de sueños. Para mí todas las decisiones, casi todas locas, no las hubiera tomado si fuera por la cabeza. He dejado siempre actuar al corazón, el corazón seguramente se equivoca, pero de la equivocación nace el éxito a veces. Hay trenes que dicen que si no los coges no vas a ser nunca nada. Yo he dejado pasar trenes, algunos no podía cogerlos, otros no quise, y sin embargo, cuando vi que ese era el mío lo cogí. Eso me lo dictó el corazón. La cabeza no me dijo que me fuese a Madrid, no me dijo que dejase la empresa de Padrón para irme a Santiago, no me dictó que dejará la música y eligiese la radio. Son decisiones locas que solo es capaz de tomar el corazón.
—¿Tuvo que luchar contra algún cliché por gallego?
—Con gente, sí. Me echó una mano importantísima Pucho Boedo, me conocía de Santiago, él estaba con Los Tamara y yo les había hecho entrevistas. Un día en Madrid, un amigo mío, Justino Bermúdez, me dijo de ir a una cafetería donde iba gente de la radio para que me animase, porque yo estaba bastante preocupado. No me conocía nadie en Madrid, iba por la Gran Vía solo y estaba acostumbrando a ir por Santiago y que todo el mundo me saludase: ‘Adiós, Pepe’. Ahí no me conocía nadie. Entonces fuimos a la cafetería California de la calle Salud, que ya no existe. Al entrar, al primero que vi fue a Pucho Boedo, y me saludó: ‘Neno, que fas aquí ho?’ Y yo, pues he venido a trabajar a la radio. Me dijo, ‘espera un momento’, y volvió con Joaquín Prat. Mi ídolo, al que yo quería conocer, parecerme… me lo trajo Pucho recién llegado yo a Madrid. Fue la ilusión de mi vida. Estuvo simpático, cariñoso muy cercano, y me dijo ‘esta noche vas a venir con Pucho a mi programa de madrugada’. Fuimos, me invitó a cenar Pucho, pagando él claro, yo ahí no podía. Me hizo Joaquín una entrevista que siempre recordaré. Antes de morir él siempre lo recordábamos, que si yo no hubiese conocido a Pucho, no lo habría conocido a él y no sé cómo hubiera cambiado mi vida. Yo creo que lo hubiera conseguido igual, porque creo que las cosas si luchas las consigues, pero gracias a Pucho fue todo más fácil.
—Ahora usted es el Joaquín Prats de muchos.
—No, yo creo que lo de la radio no es fama como la tele. Tengo una diferencia entre gente de tele y de radio, cuando haces tele la gente en la calle te saluda solo porque sales en la tele. Sin embargo, ahora que no salgo en la tele, que no quiero salir, la gente te mira y te quiere. Esa es la diferencia entre la fama loca y la popularidad de andar por casa, y no hay nada más hermoso que la gente te diga “gracias Pepe por hacernos felices’. ¿Tú sabes lo grande que es conseguir a través de un micrófono que la gente sea feliz? Solo por eso ya vale la pena.
—Además de locutor, triunfó como cantante: ¿Cómo empezó a cantar?
—En Padrón me llamaban ‘Pepe fiestas’ porque a todas las verbenas que había iba yo. Salí del convento con unas ganas de fiestas brutales, a comerme el mundo. Entonces me subía a los palcos de la orquestas. Hoy con la Panorama y la París de Noia ya no te dejan, pero antes sí y yo subía a cantar. Decían, está aquí un chaval de Padrón que quiere cantar, y cantaba. Entonces mi idea era, si un día voy a Madrid voy a grabar un disco, pero tiene que ser algo tan bueno que llegue a ser número uno. Cuando lo conseguí, porque a todos los locutores les ofrecían grabar un disco, me traían canciones y no me gustaban, hasta que un día mi hermano Fernando, que es un poco artista también, y Emilio José, el cantante de Soledad, hicieron Neniña. Me la trajeron y dije ‘esto es un tiro’ y la saqué sin poner mi nombre. Porque entonces hacía muchas cosas y la gente me odiaba un poco porque estaba en todas partes, ligaba mucho, hacía radio, tele, cantaba… Y dije, para que no se metan conmigo no voy a poner mi nombre. Se lanzó Neniña sin mi nombre y cuando ya el disco estaba colocado ya descubrimos que era yo.https://www.youtube.com/embed/f6VHzqOtnRg
—De hecho dijo que su mujer le bajó algo los humos y entonces aprendió que su éxito no era solo suyo, sino fruto de un trabajo en equipo.
—Ella no me dijo eso de que no me creyera más que nadie, me dijo ‘te noto muy crecidito, muy seguro de ti mismo’. Y le dije: ‘Seguro de mí mismo voy a estar siempre, pero crecido no pretendo’. Sé que lo que tengo no me lo han regalado, lo he luchado, pero efectivamente, lo que tienes lo consigues gracias a todo el equipo involucrado. Por eso siempre que me dan un premio, nombro a todos, el equipo es básico. Pero ahora, que no me quiten nunca la seguridad en mí mismo, el día que me la quiten me voy a la mierda.
—¿Cuál sería la banda sonora de su vida?
—Primero Soy minero de Antonio Molina, que me recuerda a cuando jugaba en la calle y la radio se oía por la ventana. Luego, El Mundo de Jimmy Fontana, que fue la primera canción que puse en Radio Galicia el día que empecé, luego De colores, que es la canción que todos los hermanos cantamos en el Santiaguiño do Monte. Y Cuando se quiere de veras. No incluyo a Neniña porque forma parte de mi vida, pero no es definitoria.
—¿Sigue yendo a las verbenas?
—Sí, siempre estoy en las fiesta de Mera con mis amigos. Va la Panorama, la París, el Combo Dominicano…. Una vez subí a la Panorama en Cines, que está cerca de Betanzos, pero cuando la Panorama no era la burrada que es ahora con ese escenario. Ahora ahí no pintó nada ya.
—Dice también que la felicidad consiste en tener buena salud y mala memoria. Sabemos de su buena memoria, pero ¿cómo va de salud tras haber padecido el covid?
— Estoy mucho más sano que antes, estoy más preparado para lo que me quede de vida que antes de la pandemia y me siento como un toro. La pandemia me ha enseñado a vivir mejor. La felicidad completa nunca se logra, lo mejor de la felicidad no es la felicidad en sí, sino el camino hacia ella porque el día que la consigues por completo, ese día desaparecen los sueños, desaparece todo.
—Los beneficios del libro, que va ya por su tercera edición, los dona a Cáritas y a Aesleme. ¿Por qué a esas entidades?
— Lo dono porque creo que tengo que pagar la felicidad. La felicidad tiene un precio, si eres capaz de saber el precio que tiene bien, si no, estarás toda la vida pensando que tienes que pagarlo y no lo pagas. La oportunidad fue genial, digo ¿cómo voy a vender yo por dinero todo este montón de recuerdos? La mejor manera de pagar a la vida todo lo que me ha dado es donarlo a gente que lo necesite, es una forma de pagar mi felicidad. Luego va a Aesleme, que es una asociación para el estudio de la lesión medular espinal de una amiga mía, Mariam Cogollo, a la que admiro mucho, y a Cáritas, que es la entidad más grande que tenemos para ayudar a la gente.