La lamprea, bocado para paladares exquisitos.
Más de doscientos años de tradición y cuidado rito profesional llevan a sus espaldas los valeiros que el pasado dÃa dos volvieron a surcar en sus viejas barcas las frÃas aguas del Ulla en busca de la «princesa moura enfeitizada», ese extraño ejemplar de memorias perdidas en la noche de los tiempos, la lamprea. Cantada por Dumas y Freud, ensalzada por Cunqueiro y Torrente, cuando las abundancias se repartÃan generosas desde el Ulla hasta el Po, del Miño al Danubio o al napolitano lago del Fusaro, el primer y disputado ejemplar de la temporada vino en el butrón, siete dÃas después de levantada la veda, a colmar de sana euforia a la veintena de familias que cada temporada afianzan la continuidad de tan ancestral como artesana práctica, en las viejas pesquerÃas que dejaron los romanos. Y en orgullo de pueblo que les honra, decidieron que ese primer ejemplar se cocinara en fogones propios y para invitados de excepción, como el conselleiro de Medio Ambiente. No se percataron que es ese el departamento más atareado en labores de reposición y prevención y que no está para dispendios de agenda o fruslerÃas de respetos ancestrales. No importa. Acaso la frustrada iniciativa de los valeiros cesureños tenga más adecuada réplica en sibaritismos más exigentes. No se olvide que la lamprea es, en timbal, carpacho, empanada o a la bordelesa, bocado para paladares exquisitos. Pues eso.
Columna «Espinas». TIERRAS DE SANTIAGO, 15/01/08
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