La lamprea vuelve a sus orígenes en el Ulla.

Publicado por Redacción en

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La pesquera de O Canal, una de las más espectaculares del río Ulla. // Miguel Piñeiro

La lamprea es uno de los seres más primitivos y menos evolucionados de los vertebrados con la nada despreciable antigüedad de 500 millones de años. Este pez de fea y hasta desagradable apariencia es capaz de provocar las reacciones más dispares, desde el mismísimo asco hasta la más absoluta veneración culinaria. La lamprea es la «reina del Miño» o la «princesa moura enfeitizada do Ulla», como la definió el recordado periodista Raimundo García Domínguez, Borobó. Y no menos bueno es el pensamiento del escritor Alfredo Conde: «La lamprea es sagrada. La vida es sagrada. Hay que comulgar con ella. Y punto». Las presas, las minicentrales, la contaminación y el furtivismo son las principales causas de la regresión de la especie.

La lamprea, evolutivamente, es muy primitiva. Realmente no se trata de un pez; los peces son gatostomados, es decir vertebrados con mandíbulas. Es una especie de Agnatos -vertebrados sin mandíbulas- de los que actualmente solo sobreviven los Mixines -grupo enteramente marino que se alimenta de animales muertos o moribundos- y los Cefalaspidomorfos, a los que pertenecen las lampreas. Surgieron hace unos 500 millones de años al mismo tiempo que los Ostracodermos -primitivos animales de la Era Paleozoica- que fueron muy abundantes hasta su desaparición hace unos 370 millones de años, a finales del periodo Devónico. La lamprea conserva, pues, las características más primitivas de los primeros vertebrados.

Su cuerpo es alargado, similar al de una anguila, aunque más gorda, con dos aletas dorsales situadas en el tercio posterior y una pequeña aleta caudal. Su cola termina en punta. Carece de opérculos branquiales y las aberturas se limitan a siete pares de «olluelos» u orificios dispuestos en fila a ambos lados de la cabeza. Son los orificios branquiales.

Este ciclóstomo es de coloración variable. Por lo general el dorso suele ser pardo amarillento o verdoso-azulado, con manchas amarillentas, mientras que el vientre es de color claro. Su piel es lisa, carece de escamas y es escurridizamente viscosa. Si alcanza el metro de longitud estaremos hablando de un buen ejemplar.

La boca se limita a un orificio sostenido por un cartílago anular a modo de ventosa con la que «embuda», acción de adherirse a otros peces, barcos o piedras. Su disco bucal posee un gran número de dientes córneos estratégicamente colocados en forma circular. Los dientes producen heridas en la epidermis de sus víctimas y con la lengua -tiene dientes córneos en la punta- va rasgando la piel causando una herida sangrante por la que se alimenta.

Esta alimentación hematófaga es la causante del espectacular crecimiento de los individuos de la especie: entra en el mar con unos 20 centímetros y en dos o tres años alcanza un metro de longitud.

Su ciclo vital se resume fácilmente: nace en los ríos, baja al mar para alcanzar la madurez y vuelve al río a desovar y morir.

Según Gonzalo López, el viento del norte favorece el movimiento migratorio en el Ulla, mientras que el de sur es el más apropiado en el Tea. Tiene dos fases bien diferenciadas. Tras una fase larvaria continental -«lambuxas»-, migra al mar para completar su tasa de crecimiento. Permanece en el océano durante unos tres años hasta alcanzar la madurez y retorna al río a reproducirse, tras lo cual muere inexorablemente en muy poco tiempo.

Las larvas de lamprea tienen algunos de los rasgos de los adultos: los siete pares de orificios branquiales, las aletas dorsales y la caudal. Sin embargo, carecen de ojos y del disco bucal característico del adulto, alimentándose de algas unicelulares y materia orgánica mediante filtración. Generalmente habitan zonas de aguas paradas o de escasa acción, con fondos de arena y fango.

Tras el periodo larvario -de hasta seis años- sufren una metamorfosis. Este cambio se inicia en torno al mes de julio y dura tres o cuatro meses. Posteriormente, midiendo unos 20 centímetros, emprende su camino al mar en una migración que alcanza su máxima intensidad en los meses de septiembre a diciembre.

En el mar la lamprea parasita a grandes peces a los que se fija con la boca para succionar su sangre. La fase marina de la especie aún presenta grandes incógnitas. Después de dos o tres años en el mar alcanza su madurez y su instinto reproductor la lleva de regreso a los cauces fluviales, y es en este momento cuando se procede a su captura.

En lo tocante al período de máxima actividad migratoria, Gonzalo López, en el «Estudio sobre la lamprea y su pesca en Galicia» (Dengasa-Xunta de Galicia. 1991), menciona dos referencias: una, la de Skidmore (1959) en la que se hace alusión al comportamiento fotófobo de la lamprea, por el que se activa dos horas después del anochecer, menguando la actividad a partir de las primeras horas de la madrugada; otra, la de Hardisty y Potter (1971), que justifica la bajada de capturas en los días de luna llena. El mismo estudio aporta la cita de Tesh (1967) por la cual extraemos que las mayores capturas de lamprea en el río Elba, entre 1960 y 1966, se produjeron pocos días antes de luna llena y pocos días después de luna nueva. El estudio completa estos datos con gráficos referentes a ríos Ulla y Tea y con las opiniones de los propios pescadores. Especialmente interesante, en su momento, fue la aportación de la estadística de capturas de lamprea en el Ulla de 1980 a 1990 y la estimación de las poblaciones por control de capturas.

Ya en las zonas de desove -entre mayo y junio-, el ritual de adecuación de lecho nupcial de las que superan las trampas es todo un espectáculo, pues los progenitores escogen una zona del lecho del río y lo preparan para la puesta. Con la ventosa bucal sacan las piedras del fondo y las colocan alrededor del nido, que suele ser redondo y en zonas de grava, arena y piedras. El tamaño de la camada va en función del tamaño y número de lampreas que lo hagan. El trabajo de adecuación del lecho es frenético. Las lampreas trabajan sin descanso retirando las piedras de la zona central disponiéndolas más o menos en círculo. Cuando una de las piedras está muy enterrada en el lecho fluvial o es demasiado grande, las lampreas se aplican en pareja «embudando» una por cada lado y agitándose convulsionadamente hasta conseguir arrancar la piedra y colocarla en el lugar deseado. Una vez colocadas las piedras alrededor, macho y hembra se sitúan dentro del nido para proceder a la puesta; esta protocolaria acción puede llevarles muchas horas. La hembra se sitúa en el centro del nido mientras el macho se pega a ella por un costado.

Una lamprea puede poner desde 150.000 hasta 300.000 huevos. Excepcionalmente, hay años en los que las bajas temperaturas del agua de los ríos las fuerzan a no desovar hasta junio por la llamada «temperatura crítica» por debajo de la cual la freza se retrasa. Esta circunstancia se pone de manifiesto en los ríos regulados por embalses y sujetos, por ello, a variaciones bruscas de la temperatura del agua.

(*) Miguel Piñeiro es escritor y pescador.

A decir de los expertos, es muy necesario que se impulse un estudio de los stocks de lamprea en Galicia y de la presión pesquera que sobre esta especie se ejerce, porque en breve plazo podría tener verdaderos problemas para su conservación. Los ríos Miño y Ulla son los principales exponentes de la «cultura lampreeira», pero todo parece indicar que otros cursos gallegos atesoran un pasado esplendoroso en este campo. En Galicia, la pesca deportiva de la lamprea está prohibida y su captura está regulada y circunscrita a los oportunos permisos y licencias que otorga la Administración autonómica.

Es tal el poder de convocatoria gastronómico de la lamprea que, en temporada, lugares como Arbo, As Neves, Salvaterra, Salceda, Tui, Crecente, Ponteareas, Mondariz-Balneario, Padrón, Pontecesures, Catoira, Valga y Teo disparan el número de visitantes hasta cifras más que respetables. Ello se debe a la gastronomía lampreeira. Hasta San José, la lamprea es un «peixe» que se deja ver en plenitud de temporada, aunque los meses de abril y mayo -bien entrado- tampoco son nada malos. Otras fuentes hablan desde enero hasta que el canto del cuco anuncie la primavera. En este tiempo a la lamprea se le llama cuquenta o cucal, por tener aún las huevas. La lamprea cucada, dícese a partir del desove, no tiene ningún valor, puesto que ya tan solo le resta morir para completar su ciclo vital.

Su nombre vulgar es «lamprea», que significa «lamepiedras», y el científico es «Petromyzon marinus Linnaeus, 1758».

La palabra lamprea está tomada del latín tardío «naupreda» que se alteró posteriormente a «lampreda», seguramente influida por «lambere», que se explica por la facultad del animal de adherirse a las rocas. Se piensa que «naupreda» provenga de la composición latina «navis» (barco) y «prendere» (coger), por acercar su boca también a las embarcaciones o, en todo caso, por comparar este pez con la rémora, que sí lo hacía, y así lo explica la expresión «ser una rémora» con el significado de ser un estorbo o dificultad, al ralentizar la velocidad de las naves cuando se adherían con su disco a su casco.

El «Manual del Pescador» de Valverde editado por Manuel Saurí en 1879 en Barcelona pone en evidencia el desconocimiento que se tuvo hasta hace más bien poco de las características y peculiaridades biológicas de la lamprea. Entre otras inexactitudes, afirmaba que la lamprea nada con la cabeza fuera del agua, que posee un orificio encima de la cabeza por el que respira y expulsa el agua como lo hacen los cetáceos y, la afirmación más asombrosa, que si nadase a cierta profundidad se asfixiaría.

Continúa señalando que después de desovar regresa inmediatamente al mar y que es en el momento de la bajada cuando se pesca, que se alimenta de agua y cieno, así justifica su exigua vida, y concluye el desafortunado comentario apuntando que la lamprea anida en invierno. Como colofón nos indica cómo se pescaba: «cuando la lamprea se saca viva fuera del agua cuesta trabajo hacerla morir si no se le corta la cola o no se la despachurra, entonces muere enseguida y casi sin hacer movimiento alguno. Al pescarla se tiene cuidado sobre todo con su mordedura, que es peligrosa; generalmente no se la toca sino con tenazas».

 

Faro de Vigo

 


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