La firma que se cocinó en Casa Castaño.

Publicado por Redacción en

Eugenio Escuredo era un emprendedor nato. Vigués de nacimiento, llegó al Baixo Ulla para ponerse al frente de una fábrica de ladrillos de Campaña. Pero los ladrillos no colmaban sus inquietudes artísticas, así que en 1925 construyó un horno en O Cantillo, contrató a un artesano portugués y trazó las líneas maestras de la Cerámica Artística de Pontecesures. Cuando su proyecto apenas estaba esbozado, el industrial Escuredo conoció a un Francisco Asorey que ya había empezado a saborear las mieles del éxito. Algunas de sus esculturas más emblemáticas -A Naiciña, O Tesouro-, pasaron de la piedra a la arcilla y entraron a formar parte de la historia de la cerámica gallega.

Escuredo, orgulloso de aquellas primeras piezas y de su acabado en mate, se lanzó a venderlas por todo el mundo. Con ellas conquistó Cuba y toda aquella América llena de emigrantes. Pinchó, eso sí, en Europa, donde nadie parecía entender el encanto de una joven campesina con un ternero en brazos.

El relevo

Pero en 1926, Escuredo decidió abandonar su aventura cerámica. La historia habría terminado ahí si no fuese porque Ramón Diéguez, el propietario de las Caleras del Ulla, decidió lo contrario. Era este hombre uno de aquellos personajes lleno de ideas y energías que poblaban la pujante Pontecesures de hace cien años. Se encontraba con sus amigos en Casa Castaño, en un reservado en el que se hablaba de cultura, de política y de lo que hiciese falta. Es fácil imaginarse a Ramón Diéguez consultando con los demás tertulianos su idea: la de tomar las riendas de la empresa que había fundado Escuredo. Negoció con este el traspaso de los moldes de la Cerámica Artística y refundó la experiencia. Nacía así, en una etapa en la que se buceaba en los castros para encontrar los orígenes de Galicia, la Cerámica Celta.

Los talleres en los que se producía la cerámica se instalaron en Porto, donde funcionaban los hornos en los que se cocía la cal y en los que se fabricaba la histórica piedra «Pote», con la que en casi todas las casas se limpiaban las cocinas de hierro. Hasta aquellas dependencias viajaban con frecuencia Castelao y Maside, cuya colaboración en el diseño de piezas y decoraciones llevó a la firma a una etapa de gran esplendor. Luego llegó la guerra, y con ella, el lento ocaso de la Cerámica Celta.

La Voz de Galicia


0 comentarios

Deja una respuesta

Marcador de posición del avatar

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.